Sunday, December 30, 2007

“RECUERDOS DE MI NIÑEZ”



Hoy, me van a permitir recordar mi infancia y algo que no olvido a pesar de los años transcurridos desde mi niñez, cuando de camino al colegio, recorrido que se repetía diariamente, pasaba junto a un retablo, un lienzo de un cristo que según decían, hacia milagros.

Mi tata cada día rezaba con profunda devoción a esa imagen de “Jesús Sin Soga”.

Como no podía ser de otra manera el recuerdo florece nuevamente y tengo la satisfacción de que la Asociación Amigos de Écija ha recibido una réplica del afamado lienzo de Jesús Sin Soga, que se situaba en la calle del mismo nombre, con el propósito de sustituir al original, que permanecía expuesto en plena vía pública, y con el paso del tiempo se encuentra ya muy deteriorado, a un paso de su desintegración.

De forma altruista, mi primo hermano José Luis Jiménez Sánchez-Malo y su compañera Inmaculada Jiménez, han sido los artistas encargados de elaborar esta replica, tras obtener el visto bueno del arcipreste, con la colaboración de diversas empresas y particulares ecijanos.

Según información recogida de la noticia dada por Gema Narváez/Manuel Zayas.- La copia del lienzo ha sido muy complicada, en parte precisamente por el deterioro de la obra original. Primero se hizo la réplica de la silueta del Cristo, extrapolándola a una cuadrícula. La expresión y el colorido del rostro han sido lo más difícil de recrear, pues era imposible averiguar la técnica con la que se realizaba la obra original, por ello los artitas la han desarrollado según su criterio, con la intención de que la copia sea lo similar posible a su modelo. La principal diferencia entre una obra y otra está en el procedimiento técnico de ejecución, puesto que la primigenia es un cuadro pintado al óleo en lienzo, en el siglo XVII, y ahora el soporte se ha sustituido por uno de madera trenzada y las pinturas que han utilizados son acrílicos.

Los pintores han querido recordar que no es “un cuadro que pretenda revivir algo, por que era imposible no irse atrás en el tiempo. Simplemente la imagen de Jesús Sin Soga puede ser repetida en el año 2007 como cuando en el 1700 fue creada de otro cuadro anterior. ­


LIBRO FANTASIA ECIJANA: Autor D. Joaquín J. Nogueras Rosado (1.982)

Todo el mundo conoce en Écija el retablo, cerrado con reja o cancel de hierro forjado, existente en la fachada de la iglesia de Santa Bárbara, en la Calle Nicolás María Guerrero (hoy Jesús sin Soga), muy cerca ya de la calle de los Caballeros.

Este templo de Santa Bárbara tiene una historia muy interesente, dada su antigüedad. Está construido sobre cimientos de un monumental templo romano dedicado al dios Sol. Fue iglesia mozárabe y sede de los últimos obispos astigitanos. En los postreros tiempos de la dominación árabe, fue una de las numerosas mezquitas existentes en la ciudad. Su torre, que era interesantísima, construida sobre minarete árabe, fue destruida por un rayo en 1892, y en ella existía una campana antiquísima que tocaba cuando se ajusticiaba a algún malhechor.

Pues de entre todas estas historias del templo de Santa Bárbara, hay una muy curiosa: la del retablo citado al principio y que se conoce con el nombre popular y tradicional de "Jesús sin siga". Y esta es su leyenda: Serían los finales del siglo XV, año de mil cuatrocientos ochenta y tantos aproximadamente, cuando vivía muy cerca de la iglesia que nos ocupa, un pobre carpintero muy conocido, más que por su profesión, por sus aficiones a la bebida y al juego, y al que todos llamaban maese Pablo.

El Tal maese Pablo nunca tenía un maravedí que llevar a su casa, pese a tener que alimentar a su mujer, bastante enferma de no sabemos que males crónicos, y a dos pequeñuelos, endebles y raquíticos, hijos del matrimonio. Y no es que a Pablo le faltara trabajo, muy al contrario le sobraba pues realizaba bien su oficio. Pero todo lo que ganaba iba a parar inmediatamente a manos de los mesoneros, o lo que era peor a manos de los profesionales de los dados, juego entonces tan popular como lo es ahora el "bingo".

La pobre mujer sin medicinas, los hijos sin un pedazo de pan que llevarse a la boca, todos sin vestir, la casa sin pagar y en los bolsillos de maese Pablo ni un solo real de vellón cuando bien entrada la noche llegaba medio borracho a su desvalijada casa, pues el vicio le condujo a ir vendiendo su escaso ajuar a un judío llamado Samuel, de los muchos que entonces hacían de "montes de piedad", sin piedad, en el vecino barrio de la judería.

El decía que no jugaba por vicio, sino que por sacar a su familia de la pobreza, el día que la suerte le sonriera. Pero la suerte con él nunca tenía ganas de risa, y si alguna que otra vez, muy pocas por cierto, le insinuaba una leve sonrisita, la avaricia de maese Pablo la volvía a poner seria; y así noche tras noche.

En una de ésta, al llegar a su casa encontró a sus hijos llorando de hambre y de miedo y a su mujer agonizante. El cuadro era patético, de un dramatismo impresionante. ¿ A quien recurrir ?; sus amigos ya no le prestaban desde hacía mucho tiempo; al judío Samuel ya no tenia nada que llevarle; en las tiendas no le fiaban.

¿Que hacer, Jesús mío?

¡Jesús!, si señor -se dijo maese Pablo- mi vecino Jesús Nazareno; al que está ahí pintado en el lienzo de la capilla. ¡Ese si que me va a ayudar; de seguro que me ayuda!

Y su fe hizo el milagro. Todo arrepentido, lloroso, compungido se dirigió a la capilla de Jesús Nazareno. Allí, de rodillas, a solas con su Dios, en una noche sin estrellas, agarrotadas las manos en los hierros fríos de su cancel, pidió perdón por sus pecados y misericordia para su familia. Allí, solo ante el Padre, entre sollozos, expuso su lamentable situación; la gravedad de su mujer, el hambre de sus hijos, la pobreza de su casa. Allí, solo ante su creador, pidió ampara y protección. Y su fe hizo posible el milagro.

El buen Jesús, el Padre bondadoso que jamás niega nada a sus hijos cuando se lo piden de corazón, hizo lo que los dados le negaban: sonreírle.

Maese Pablo vio como el rostro del cristo, dibujado en aquel lienzo de retablo, se iluminaba con una sonrisa de bondad y se animaba su figura. Un extraño halo daba al lienzo velada claridad, mientras una voz dulce, suave y melodiosa, como un suspiro que acariciaba los oídos, le decía:

-No llores hijo. Tu arrepentimiento y tu fe ta han salvado.

Mientras esta voz se oía en el silencio impresionante de la noche, Pablo contemplaba atónito como Jesús Nazareno se desceñía el cíngulo de soga que el anónimo artista le había pintado desde su cuello a la cintura donde, después de varias vueltas, le caía suelto hasta cerca de los pies.

Toma este cíngulo, símbolo de mi cautiverio que los hombres me pusieron al prenderme, poco antes de mi crucifixión para remisión de todos los pecados -continúa diciendo aquella voz celestial-. Vete en paz con él y vendérselo al viejo Samuel por el que te dará muy buenos doblones, ya que en el camino se te convertirá en un cordón de finísimo oro. Con ese dinero atiende a tu familia y no vuelvas a pecar. Tus pecados te han sido perdonados y la paz del Señor está contigo.

El silencio volvió a reinar en la oscuridad de la noche. La pintura volvió a quedar inmóvil. Sobre la túnica morada no se veía el cíngulo. Una Paz densa y penetrante se respiraba en el ambiente.

Maese Pablo se levantó. En sus manos tenia una soga de esparto. Elevó sus ojos hasta los de Jesús Nazareno y, en su emoción solo pudo pronunciar dos palabras:

-¡Gracias, Señor!

Con la vista fija en aquella burda soga que llevaba en las manos, Pablo anduvo unos pasos muy lentamente, pero los suficientes para comprobar como aquel áspero cordón se convertía en el precioso y preciado metal, cuyo peso excedía de lo normal por lo que hubo de echárselo al hombro. Volvió la cabeza hacia el retablo y ya sin distinguir la figura, volvió a exclamar:

-¡Gracias, Señor!

Sorprendido, anonadado, sobrecogido y perplejo ante tal prodigio, corrió maese Pablo hacia la casa del judío Samuel, al que le sacó un buen capital por tan preciada joya.

Radiaba de alegría. Brincaba de felicidad. Ansiaba llegar a su casa y contar a su familia tan milagroso suceso. Se acabaron sus penurias, se terminó su pobreza; arrojaría de su casa el hambre y la enfermedad. Compraría muebles, ropas,...

... Pero pasó por la puerta de la casa de los juegos. Oyó el ruido de las monedas y las voces de los jugadores. Y creyendo que su suerte había cambiado para siempre, sintiéndose hombre rico y poderoso, dispuesto a dar un golpe de efecto entre sus amigos, olvidándose de sus buenas promesas, de su familia y del milagro, entró en el "garito". Y como siempre, como una noche cualquiera, volvió a salir sin un maravedí. Todo aquel capital lo había perdido nuevamente en el juego.

Jesús Nazareno, ante la ingratitud de maese Pablo y sabiendo que en su infinita misericordia, no podrá negarle nuevamente su auxilio si volviera a pedírselo, dispuso que de entonces para siempre se le borrara el cíngulo cada vez que se lo pintaran; para evitar de ese modo el hacer donativos a los ingratos que todo lo olvidan ante el vicio.

Desde aquella remota fecha hasta nuestros días, la imagen de Jesús Nazareno de la Capilla de Santa Bárbara aparece sin cordón o cíngulo, por lo cual el pueblo de Écija la venera y conoce con el nombre de

"Jesús sin Soga".